Cada emoción tiene una función en nuestro
organismo, para regularnos a nosotros mismos,y también en el contacto con los
demás.
Tres características esenciales de las
emociones son:
•
Complejo de
respuestas neuronales y químicas.
•
Papel regulador
destinado a crear situaciones de ventaja para el organismo.
•
Se desencadenan
automáticamente.
Si nos fijamos en estas tres
características, podemos deducir que es misión imposible tratar de eliminarlas
o no querer sentirlas. Puesto que conforman parte de nuestra naturaleza,
necesitamos aceptarlas.
Hay una emoción a la que yo le tengo un
cariño especial, y me gustaría hablaros de ella.
Es
la ira, la rabia, o como mejor te venga llamarla.
Voy a contaros un cuento que me he inventado,
en el cual, trato de transmitir la importancia de la aceptación, y la
comprensión, como medicina del alma, y la necesidad de aceptar, que el enfado,
no solo es un lujo que pueden permitirse los adultos.
Había una vez una niña, que se encontraba
con su rabia a menudo, era una niña con mucho carácter y personalidad, con las
cosas bien claras. Sabía que su comida preferida eran los macarrones, que no le
gustaba el potaje, que le encantaba jugar, y que odiaba hacer algunos deberes
porque eran aburridos. Pero se daba
cuenta que no todo el mundo pensaba igual que ella, sobre todo los adultos que
la rodeaban.
Así, la mayoría de las veces la reñían
por no comer potaje, no la dejaban comer macarrones todos los días, mucho menos
jugar cuando quería, y la obligaban a hacer los deberes. Ella lo hacía, pues no
le quedaba más remedio, todavía era muy pequeña para tomar por si misma este tipo de
decisiones.
Pero cada vez que tenía que hacer algo
que no le apetecía o no la escuchaban, ella se enfadaba mucho, a veces callaba,
a veces gritaba, a veces pataleaba, y con el tiempo, pegaba.
Un día salió con sus padres al monte,
discutieron porque a ella no le apetecía caminar, estaba cansada, pero la excursión se hacía interminable. Como no la escuchaban, salio corriendo, enfurecida y llorando. De repente, vio una señal en uno de tantos cruces y decidió tomar ese camino. Conforme iba caminando, podía apreciar una luz brillante cada vez más cerca. Cuando llegó,
se dio cuenta que era una hoguera donde una mujer de piel tostada, con una
túnica de color azul, estaba sentada apaciblemente.
Al verla llorando y perdida, la mujer le
ofreció agua, y le invitó a sentarse junto a ella.
- ¿Que te ha pasado niñita?
- Salí con mis padres a caminar, pero
estaba cansada y no me hacían caso. Yo me enfadé y salí corriendo, después me
perdí..
- Oh, parece que tus papás y tu,
necesitáis cosas distintas..Es normal, porque tú eres una niñita, y ellos ya
son mayores.
- Sí, pero ellos siempre hacen lo que
quieren, y yo, para hacer lo que quiero tengo que pelear, y luego todo el mundo
se enfada conmigo!. Mi papá y mi mamá
pueden pelear, gritar y a veces pegar cuando se enfadan porque yo no
quiero hacer lo mismo que ellos, y no pasa nada!
- Vaya, Imagino que te sientes enfadada
con este asunto... Debe de ser triste, que no te escuchen.. Yo creo que cuando
no me escuchan, me siento sola...
-Si! Eso es! Así es como me siento!! Me
siento triste también...Si al menos me escucharan...
- ¿Si te escucharan, como te sentirías?
- Creo que mejor, más aliviada.
- No patalearías tanto?
- No...
-¿Que necesitas entonces, niñita?
- Que me escuchen, y que también me hagan
caso a mí. Yo soy Importante!!!
- Bien..., ya estás mejor?
- Si.. me siento más tranquila
- Pues te voy a acompañar a buscar a tu
mamá y tu papá.
La mujer, esparció una hierbas aromática
en el fuego, donde aparecieron reflejados los padres de la niña, angustiados
buscándola. Así las dos, emprendieron el camino hasta el lugar donde éstos se
encontraban.
Cuando la vieron, los padres la abrazaron
llorando, creyendo que se había perdido y dieron las gracias a la mujer por
cuidarla.
Ésta desapareció entre los árboles.
A los pocos días, la mamá llegó enfadada
del trabajo, pues su jefe le había gritado por no acabar un montón de trabajo
inesperado.
Al contárselo al padre, éste no le dio
importancia, diciendo que podía pedir disculpas a su jefe y acabarlo el día
siguiente. ésta se enfureció y gritó: -No me entiendes! No es justo que me
gritara!
La niña, recordó la conversación con la
mujer del bosque, y le dijo a su mamá:
-Así es como me siento yo cuando no me
escuchas, a mí también me ponen muchos deberes.
La madre se sorprendió, miró a la niña y la abrazó.